viernes, 29 de septiembre de 2017

VIVIR Y MORIR EN LA MANCHA

Yo tenía veintipocos años y él los que ahora tengo. Ella era algo mayor que yo, no mucho más, o eso es lo que hoy recuerdo. Que no eran de aquí saltaba a la vista. Que eran muy felices, también. Y que cada vez que venían al bar todos nos alegrábamos es algo que no he olvidado.

Fue un verano de hace muchos años, quizá hayan pasado ya veinte. Vinieron una tarde y se sentaron donde siempre se sentarían, en la barra. Él tenía aspecto de profesor. Ella era muy guapa: apenas maquillada, el pelo largo, la tez pálida, y unos ojos grandes, tímidos, profundos y serenos. Eran educados sin resultar cargantes, cosa que puede resultar casi tan irritante como no serlo y que muchas veces es signo de mala educación. Sus conversaciones eran eso, suyas, y esto era lo que sin duda alguna les delataba como extranjeros en esta Mancha tan dada a llevar el altavoz cosido a la garganta. Pero lo que más llamaba la atención eran sus perennes sonrisas, tan naturales y contagiosas que hasta unos mancheguitos como nosotros no veíamos nada ofensivo en ellas, al contrario.

La verdad sea dicha, nosotros éramos de lo mejor que ellos podrían encontrarse por aquí. Y supongo que ellos se dieron cuenta enseguida porque muy pronto empezaron a venir a diario. Jamás les preguntábamos nada. Nunca nos hacíamos los típicos graciosos pueblerinos que no éramos. Les atendíamos bien y punto. Y cuando ellos querían charlar, charlábamos. Y mi padre, que era un figura y en cierto sentido un hombre de mundo y los apreciaba casi tanto como yo a ella, se quedaba con ellos.

No recuerdo hablar poco más de cuatro nerviosas cosas con aquella pareja. Era muy joven, ella me gustaba mucho y yo me daba cuenta de que no tenía nada que hacer.

Una noche, a finales de verano, vino Paco el Gato con una borrachera del quince. De hecho no llegó a entrar al bar por indicación de mi padre y, obediente, se quedó en el ventanal que daba a la calle. Yo era la primera vez que lo veía borracho. Paco no bebía más que café y algún que otro zumo. Era ladrón y había estado en la cárcel. Gordo, bajito, ininteligible aún sereno, cuasi deforme, estaba casado con una de su clase a la que solía ahostiar antes de que lo encerraran en la cárcel por robar los cepillos de las iglesias madrileñas. Pero salió y ya más tranquilo se vino para su pueblo. Y se convirtió en una de nuestras moscas de bar: ¿hacía falta algo del mercao? Paco iba; ¿que había que ir a por unas botellas de coñac? Paco iba; ¿que había que echar una Primitiva? Paco iba; ¿que había que ir al video club a por el último estreno para mi padre? Paco iba...y volvía.

Una tarde que estábamos muy liados y no había tiempo para nada vi que no me daba tiempo a ir por el tabaco. Para tales situaciones teníamos a un mozo viejo con la natural fama de maricón de los pueblos al que le soltaba los veinte mil duros necesarios para rellenar la máquina. Pero aquel día no estaba por allí.

- No me va a dar tiempo para ir a por el tabaco, papa -le dije a mi padre

Mi padre miró y vio a Paco.

- Que vaya Paco -dijo
- No jodas
- Que sí
- ¿Pero como va a ir Paco?
- Trae, dámelo

Le di el dinero y llamó a Paco.

Y al rato volvió.

Desde entonces el maricón tuvo que conformarse con las suplencias, como seguramente le advirtiera el Gato.

Pero la noche del ventanal Paco el Gato no estaba para ir a ningún sitio, ni recurriendo a su increíble agilidad y rapidez reconocida aún por la propia Policía Nacional.

- ¿Qué te pasa, Paco? -le dijo mi padre
- Wrawrawra...cbrlbr
- Estás jodió, cabrón
- Wrwrawra
- Venga, anda...Tómate uno y te vas

Vi como la chica miraba a aquel ser que había emergido en la noche. Por primera vez no la vi sonreír. Una expresión como de miedo le crispó la cara. A su hombre también se le borró la sonrisa. Mi padre, sin embargo, seguía sonriendo.

- Wrwrgaha
- ¿Tienes hambre?
- Ji
- Dame unos mejillones a la vinagreta, Kufisto -me dijo

Alucinado, cogí seis y se los llevé

- Toma -dijo mi padre cogiendo el plato
- Grgacgr

Y Paco cogió y empezó a comérselos con la concha y todo, triturándolos bien con los cuatro dientes que le quedaban.

Mi padre ni se inmutó, sonriente, pero yo me quedé alucinado y la feliz pareja no pudo más y se fue.

También Paco se fue después de otro cubalibre. Y puede que aquel postrero día del verano fuera el último que vi a la pareja.


Hoy ha venido al bar uno que estuvo haciendo la mili conmigo. Al principio ni lo reconocí de lo viejo e hinchado que estaba. Llegó con una mujer gorda y envejecida a la que por más fuerza que hice no pude reconocer como el pivón que tenía en aquellos años. Y no lo era, como ya reconociéndonos me dijo después. Aquella lo había dejado en la ruina hace unos pocos años. Tuvieron un hijo y esto y lo demás fue su perdición. Los tiempos de Paco el Gato habían quedado muy atrás.

- ¿Te acuerdas de Santi, el conductor?
- Claro, coño, lo veo de vez en cuando, ¿qué pasa?
- Cáncer de páncreas. Le han dado cuatro meses de vida.

Eran las diez de la mañana. Le puse su segundo JB con hielo. Hablamos de los viejos tiempos mientras se lo bebía y al final se fue ante los urgentes requerimientos de la mujer porque no bebiera más.


Acabé mi turno. Eran las seis y algo cuando diez horas y media después llegué a casa. Me cambié y salí a andar. Al sol le quedaban un par de horas como mucho. Puse música electrónica en el teléfono y enfilé hacia el paseo de las afueras.


Santi...Santi...¿te acuerdas de Santi?...Sí me acuerdo, sí...Un tío tremendo...fuerte y grande, noble, tontorrón...Está muriéndose vivo...Este dice que ya está escuchimizao, que no lo reconocería, que es una puta pena...Tengo que verle, tengo que verle...Tengo que darle las gracias por todo aquello antes de que se muera...Santi, Santi...me acuerdo de ti, me acuerdo de ti...Me cago en la puta, Santi...


Oí un pitido. La batería estaba acabándose. Y ya sin esa música que va cerrando mi pasado pensé que lo mejor era volver a casa. Pero andaba tan lejos que tuve que oír mis pisadas y ver mi sombra, alargadísima de espaldas e invisible de frente.


Eché un Euromillón aleatorio y una Bonoloto en la administración de lotería que encontré.


Estaba cerca de casa. Sólo había que llegar. Después un par de pitos y a la cama. Pero vi la alargada sombra de una hermosa mujer mirando una tienda de mascotas y tuve que escribir algo.



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